La luna llevaba dos noches sin brillar.
Jaime subió a la buhardilla del abuelo y con el telescopio consiguió encontrarla.
La vio muy triste y no sabía cómo preguntarle qué le ocurría.
Recordó que en verano sus padres enviaron faroles de papel al cielo para pedir un deseo y dijo:
—¡Enviaré un farol de papel con un mensaje para preguntarle cómo está!
Al día siguiente le pidió a su madre que le buscara un farol de papel y rápidamente escribió un mensaje.
<<Querida Luna, ¿qué te ocurre que no brillas y te veo triste por las noches?
A las diez de la noche, Jaime subió a la buhardilla y sorprendido vio que la luna había bajado a su tejado.
—¡Hola Luna! Nunca pensé que podías acercarte tanto y siempre creí que eras enorme.
—En realidad soy muy grande —dijo la luna—, pero puedo encoger si quiero cuando visito a mis amigos.
—Entonces, ¿somos amigos?
—Tu eres mi amigo Jaime, el que se preocupa por mí.
Hablaron mucho y Jaime supo que a su amiga le dolía mucho la cabeza desde hacía unos días.
—Mi madre me da medicina cuando estoy enfermo —le explicó Jaime— le voy a preguntar.
La mamá de Jaime escuchó con atención el problema y subió a la buhardilla con una medicina para el dolor de cabeza.
La luna muy agradecida se llevó la medicina y fue a beber agua al mar.
—¡Al mar noooo! ¡Que el mar está saladoooo!
Pero aunque Jaime gritó con fuerza, la luna ya no lo escuchó. Estaba muy lejos.
A la noche siguiente la luna tampoco brillaba y Jaime volvió a enviar un farol de papel preguntando si ya se encontraba mejor.
La luna le contó que ya no le dolía la cabeza, pero que tenía mucha sed porque el agua del mar estaba demasiado salada.
Entonces Jaime le ofreció un vaso de agua y luego decidió llevarle también un cubo muy grande con la ayuda de su padre.
Desde entonces la luna brilló de nuevo y Jaime se sintió muy feliz.
(Clara Belén Gómez)
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